‘Los dirigentes alemanes trataron de imponer, durante un tiempo, un cine de propaganda nazi, pero el público francés lo rechazó, y los exibidores -cansados de encontrarse las salas vacías- terminaron por rechazar estas películas. Como consecuencia del boicot espontáneo del público, y de la prohibición de proyectar cine extranjero a excepción del alemán e italiano, la industria cinematográfica francesa vivió una cierta prosperidad.’ (Extracto del folleto ‘El cine francés bajo la ocupación’, IVAC La Filmoteca).
Actualmente es anecdótica la semana en que la película más vista no es estadounidense. Pero la dictadura no viene de fuera: ahora la impone el público, que en un alarde de demencia solo ve aquellas películas que anuncian hasta la saciedad o incluso aquellas que, aunque desconocidas, tienen actores con nombres ingleses.
¿Quieres acción? Mira cualquier película manga futurista. ¿Quieres sangre? Hay japonesas que no te dejarán dormir. ¿Quieres películas que hablen de personas? Varias argentinas te harán sentir diferente. Y así un largo etcétera que desconocemos por las barreras que nos ponemos. Pero como he dicho, estas barreras no vienen de arriba, estos muros los apoyamos todos nosotros: cuando descartas una película porque no has visto doscientas veces el trailer o porque no tiene explosiones espectaculares, cuando dices: ‘Una francesa/ italiana/ india no’ estas contribuyendo a que esto se agrave.
Si no fuera por los cines ‘de segunda’ no habría conocido a Costa-Gavras o a Kurosawa. De nuevo se da la paradoja de que los mejores se pasan en las salas más pequeñas mientras que las salas grandes se llenan de películas segundonas, aunque tampoco hay que ser catastrofistas: últimamente en los cines grandes dejan la sala pequeña para películas ‘sesudas’, al fin y al cabo hay un pequeño porcentaje de gente que prefiere ese tipo de cine y todos los cines quieren clientes, de hecho, todo se basa en los clientes: desde la programación hasta el color de la butaca. No está tan mal tener buenas condiciones a la hora de ver una película pero si miramos atrás y pensamos un poco veremos hacia donde evolucionan las cosas: hace 10 ños una entrada de cine con descuento costaba 300 pesetas (1.80 euros), ahora cuesta 5 euros, un aumento del 278%, muy lejos del aumento salarial acaecido estos años (un 136%), por no hablar del precio de los alimentos que venden en su interior ni de las crecientes ‘medidas de seguridad’ para que no copies una película por la que has pagado.
El cine, pues, se ha convertido (si no lo ha sido siempre) en una cuestión de dinero en la que entre todos contribuimos a cerrarnos las puertas. Pero internet abre nuevas posibilidades, sin ir más lejos hace poco descubrí gracias a las redes P2P las películas de Corto Maltés, que a pesar de haber sido hechas por distintos directores cuentan con ese romanticismo perdido que tanto se hecha en falta en la actualidad.
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