Tan pronto como sonó el despertador una sombra amenazadora me sacó bruscamente de la cama. Me gritó sin parar que me vistiera e incluso me colocó el jersey de un tirón. Cuando lo hizo, me empujó fuera de casa o, según sus palabras, me haría desaparecer. Ya fuera me vi forzado a arrancar el coche y, aunque no me lo comunicó, algo dentro de mi me dijo que debía ir al trabajo.
Dentro del edificio se convirtió discreta pero amenazadoramente en mi sombra. Me obligó a saludar incluso a aquellos que me caían mal y tuve que realizar todo el trabajo que tanto me disgusta bajo su mirada vigilante que sentí durante horas por encima de mi hombro.
Durante la pausa, al ver la oportunidad, conseguí escabullirme entre la multitud que como muertos vivientes deambulaban atontados hacia la cafetería. Sabiéndome libre de mi captor recorrí los interminables pasillos de la oficina hasta dar con la luz cegadora del sol, la libertad. Sin dudarlo un momento me dirigí corriendo hacia la comisaria más cercana para denunciar los hechos. Entré con una mezcla de exaltación y rabia. Estaba seguro de que había sido cosa de Sir Clock y aunque me dijeron que estaba en una reunión no pudieron detenerme. Sir Clock era el origen de todos mis males y estaba decidido a acabar con él. Derribé la puerta de una patada, solo había un viejo despertador y Sir Clock, salté hacia él con el brazo listo para darle un derechazo y en ese mismo instante, en el aire, me dí cuenta de que el despreciable que me arrebata la vida era un viejo despertador y yo.
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