Ya no hay nada que decir, todo ocurrió en tan poco, y a la vez tanto tiempo. Allí estábamos los de siempre, bueno, no eramos los de siempre; ya antes algo había cambiado, algo ofuscaba nuestros sueños, nuestras mentes. Quizá el presentimiento de que no lo puedes evitar, de que va a pasar, o de que hiciste tan poco, de que eres tan cobarde; y es que ya todos sabíamos, aunque no lo quisiéramos reconocer, que iba a ser la ultima vez; después de esa noche, de esa cena y ese pub, ya no nos volveríamos a ver; habíamos compartido ocho años, algunos quizá más, pero después de esa noche seriamos extraños otra vez.
Sin embargo empezó como siempre, los más cercanos reunidos media hora antes en casa de Luis esperando a que se arreglara, llegando con la hora justa al bar y viendo después venir a los que siempre se retrasaban, ya era una rutina, las tapas, los bocadillos y el chupito y, se me olvidaba, sangría y mas sangría. Ya los que debían estar borrachos lo estaban y los que no decidíamos el camino mientras caminábamos lento, como los borrachines. La noche dejaba a la luz la soledad nocturna de las calles, insospechable por el día, que daba un toque gótico a la travesía pero que nosotros alegrábamos con las cantinelas que se le pasaban por la cabeza al primer borracho.
Llegados al lugar elegimos el pub de siempre y entramos, nadie pensaba, nadie quería pensar, que después de esa noche todo se acabaría para nosotros pero es como si estuviera escrito, las horas se hicieron pesadas para los que no nos gustaba especialmente la música y para aquellos que lo negaban y la cosa se volvía más y más decadente, como es lógico, con el pasar del tiempo; es extraño pero la gente iba allá vestidos con traje para acabar vomitando y por los suelos, si no en el hospital con una ceja o un labio partido. Pero así fue que llego el momento de marchase, de abandonar aquel lugar en el que tanto tiempo habíamos estado juntos; olvidarnos de todo y volver a ser, otra vez, vagabundos de la vida.
A la una
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