Suena el despertador, se despierta, va al cuarto de baño, cuando tira de la cadena ve a un hombre sediento y andrajoso aislado por un cristal al lado del cual pasa toda el agua; va a la cocina, se prepara algo, enciende la televisión, ve un programa cultural aburrido, cambia y en ese mismo instante le vuela la cabeza al presentador, vuelve al canal anterior, lo corrobora, su mando a distancia tiene un cañón humeante. Vuelve a su cuarto a cambiarse, hay suficiente luz pero enciende una para ver dentro del armario, encerrada en una urna de cristal hay una mujer que sujeta en cada mano un extremo del cable, cuando lo enciende la electrocuta, sus dientes castañean y sus ojos en blanco se entrecierran, el hombre alarmado apaga la luz.
Sale del edificio, angustiado se dirige a un quiosco, el encargado pone un periódico sobre el mostrador, el le paga con un bote dentro del cual está su celebro, el encargado le devuelve una sonrisa.
Se sube a su coche, lo enciende pero no suena el motor sino una mujer y su hijo tosiendo, están fuera, detrás del tubo de escape y tienen una palidez que los hace grises. Se dirige a su oficina, un edifico enorme y amenazador. Entra. Un guardia de seguridad bicéfalo le da los buenos días a la vez que le grita ‘¡Fuera de aquí maldita escoria!’. Sube en el ascensor, una voz metálica va diciendo, piso 1 (dulcemente), piso 2 (un poco más profunda),… piso 43, (ahora la voz es demoniaca) ¡bienvenido al infierno!. Entra. Una secretaria le da un mug, se lo bebe, ahora tienes los ojos abiertos como platos y chispeantes, lo meten en una habitación acolchada y empieza a gritar y a saltar sin sentido, pasa el tiempo en el reloj cuyas manecillas giran hacia delante y hacia atrás aleatoriamente, a las 4 horas le vuelven a traer una taza, vuelve a hacer locuras 4 horas más y sale. Se pone bien la corbata, la chaqueta y se dirige a la mesa que había en la entrada con un gordo grasiento trajeado, este le da una pequeña moneda roñosa, se dirige a la mesa que hay justo al lado para darle esa monedita a un gordo aún más gordo, más grasiento y con esmoquin, sobrero de copa y reloj de oro con diamantes incrustados, se ríen de él. Baja en el ascensor, piso 43, piso 42,… planta baja. Sale del ascensor, el guardia bicéfalo le dice ‘Tenga buenas tardes’ a la vez que ‘¡Miserable cucaracha te voy a matar!’, vuelve a encender el coche, la madre y el hijo van ahora acompañados de un carrito con la hija, enciende el motor y va a su casa a base de tosidos, como si le importara.
Al llegar se afloja la corbata, que resulta ser una cuerda de ahorcar que le ahoga, come algo mirando a los ojos a un niño negro hambriento en una caja de cristal y se va a la cama, al lado de la cual hay una factoría ruidosa con millones de vietnamitas ensamblando componentes. Dulces sueños.