Allí está, ese hombre, ese ser, yo no me atrevería a llamarle bebe, fue él, en el momento del parto, en el momento de apartarlo del estado ideal al que tanto le había costado llegar, defendió con uñas y dientes su cubil; en el momento del parto se resistía a salir mientras maldecía a sus progenitores, sus gritos denunciaban el destino que ahora lo empujaba afuera, pero él, él se defendió; una vez expulsada la placenta el se enfureció aun más, los quejidos de la madre fueron ahogados por los gemidos del hombre-animal, del arcángel, que uso todas las fuerzas que tenia para volver al vientre de su madre. Pero los intentos de echarlo continuaban, lo que nueve meses o más fue su casa lo empujo de nuevo con una sacudida, lo arrastro de nuevo hacia el exterior junto a ríos de sangre; el ser, confuso, pero decidió a mantenerse firme desgarro la vagina de su madre hasta que esta cejó en sus esfuerzos.

La persona que había engendrado la criatura, la persona que le había dado la vida estaba a punto de perderla porque su hijo no aceptaba su destino.

Los médicos, atónitos por lo ocurrido y habiendo salido del shock, tomaron una decisión para intentar salvar a la madre y al hijo: -Hay que abrir!!

El ser, el que era más ser que ninguno de nosotros les había oído, se puso tensa y nerviosamente a laburar un plan para darle esquinazo al destino; pero de repente escucho algo aun más cruel que el destino: -Anestesista!, proceda!; era eso, pretendían dormirlo, sumirlo en un sueño para despertar en un paisaje desolado, pero no se iba a dejar coger; uso las uñas aun en formación y sus encías desnudas de dientes para cortar el cordón umbilical que le unía a su pasado, que le alimentaba, que le daba él oxigeno, la vida, aun a sabiendas de que podía resultar fatal para él, pero lo hizo; desesperadamente uso su cuerpo para cortarlo, veía el veneno a punto de entrar en él, pero justo cuando empezaba a desvanecerse su pensamiento consiguió desgarrarlo y se recobro rápidamente; salvó un obstáculo, pero su hogar volvía a ser atacado por los indeseables, entonces un filo metálico perforo el techo de su morada y la falta de oxigeno lo empezaba a molestar.

Decidió surcar hacia arriba ya que el hueco de abajo lo atemorizaba, primero tuvo que atravesar unas barreras que le infundían repugnancia, primero unas duras y gruesas y luego unas largas y finas, estaban calientes; a punto de desfallecer por el esfuerzo y la falta de aire divisa los pulmones pero no debía, no podía someterse a la adormidera, al opio que le arrebataría su hogar, no podía dejarse embriagar por aquel gas para despertar y darse cuenta que todo lo que tenia, todo lo que quería, todo lo que era, había desaparecido.

Su mundo se desmoronaba, ya no le era suficiente, ya no lo podía mantener con vida, así que el ser decidió, decidió salir, enfrentarse a la luz, volvió por donde había venido y, justo antes del gran salto, se dio cuenta de que aquel lugar ya no era su lugar, ya no era caliente, ya no se movía según su voluntad, ya no estaba la bolsa donde había pasado toda su vida. Ahora no había razón para quedarse y, aunque temiera a eso que había fuera, debían escocerle los ojos, debía sentir el agua caliente, los cortes, los golpes, los otros golpes, la costra, ver su cuerpo perfecto deformarse hasta quedar irreconocible, debía condenarse al infierno y abandonar un cielo que ahora se desvanecía.

Pero no, él decidió que su vida no iba a ser así, podía suicidarse, podía crear un mundo paralelo en su mente, podía meterse en una bola de cristal e introducir esta en el vientre de una ballena. No había llegado hasta ahí para dejarse vencer, así que cogió impulso, cerró los ojos y saltó por el agujero.

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