No se quien estaba peor. Volvía de la universidad cuando vi un grupo de personas alrededor de un combate, o eso parecía. A la derecha, con una bata verde gastado, una vieja despeinada, demasiado maquillada y con los ojos fuera de sus órbitas. En el extremo derecho, con la ropa llena de jirones, un vagabundo con barba de varios meses, aspecto desdeñado y olor a alcohol.
Definitivamente se trataba de una pelea (moral) a muerte.
La vieja, intentando llenar las interminables horas libres que le proporcionaban una pensión, no tener que trabajar y unos hijos independientes se asomaba cada día a la ventana y veía al vagabundo malviviendo, con mal aspecto, con poca ropa y mira el frio que hace, con ninguna perspectiva de futuro, maltratado por la vida. Y claro, se ponía nerviosa, se sentía culpable, el peso de la culpa la abrumaba.
Al vagabundo, por otro lado, todo eso le daba igual: si había descuidado su aspecto, higiene y educación qué le iba a importar lo que pensara una vieja desconocida. De hecho el vagabundo no recordaba o no quería recordar quién había sido en su anterior vida, solo le preocupaba tener una cajetilla de tabaco a mitad y dinero para la siguiente copa, porque el vagabundo no bebía agua sino que, para olvidar, bebía alcohol del más barato o carajillos pero con poco café que es malo.
La diatriba seguía y la vieja insistía con sus uppercuts, suplicaba al vagabundo que qué podía hacer por él, que si le bajaba un café caliente, lo que fuera, que no podía soportar más verlo así. El vagabundo se defendía de los golpes con la típica táctica del slipping, que si no le debía nada, que si no la conocía y en definitiva que le dejara en paz.
Al final el vagabundo se escabulló como pudo con una escusa obviamente falsa aunque intuyo que el combate acabó en tablas.
Demasiado tiempo libre.