No vale la pena. El pensamiento se repetía una y otra vez dentro de su cabeza, rebotando contra las paredes de su cráneo pero le era imposible escapar. Pasó los últimos años de su vida inmerso en un universo inacabable, tan nuevo como caduco y alejado de los demás: la novedad materializada en una caja, si es que se le podía llamar así, que lo acogía, lo absorbía hacia dentro a la vez que empujaba a una parte de su ser hacia fuera. Pero ocurrió, no había sido la primera pero en aquel estado, en aquella sensación indescriptible sentía una atracción inusual, era una tortuga, simple a primera vista, pero con la que podía hacer cualquier cosa. La tortuga, no lo olvidemos, no se limitaba a un dibujo en la pantalla, existía y verla en la realidad debía ser increíble. No obstante ocurrió, el tener una mente privilegiada, unos horizontes amplios o una carrera como la del mejor corredor de fondo no le sirvió para evitar lo inevitable.
Dedicado a Seymour Papert, padre de Logo, un lenguaje de programación que, a pesar de no ser el primero que use, me hizo pasar buenos momentos.
PD: Y de paso, participando en la lotería bitacorera. Eso es fomentar la cultura y lo demás tonterías ;-)