Es curioso pero este año no noto la monotonía que suele acompañar al inicio del curso, siempre tan pesado, tan cotidiano que da asco; pero este año no.
Sin embargo, hay cosas que sí siguen igual, se me ocurren el miedo a los cambios y los que sí que quieren cambios, siempre con la misma trifulca de superficie y la misma complicidad de fondo: cambiar para que nada cambie, como se dijo en El gatopardo. Y es que se avecinan reformas: estatutos, educación,… pero de verdad, ¿con qué fin se pretende cambiar o no cambiar? ¿cambiar para bien o para mal? ¿qué hay después de los cambios?.
Pensando en ello uno se encuentra con que cambiando ligeramente unas pocas variables de fondo todo daría un giro de ciento ochenta grados, y seguramente para mejor; pensemos por ejemplo qué pasaría si en vez de adjudicar escaños sobre el total de ellos se adjudicaran según el baremo votantes/población total, esto podría hacer que los políticos verdaderamente trabajaran por mover a la población, aquellos votantes que siempre votan al mismo partido, aquellos cuyo voto no es meditado ni cambia perderían valor puesto que el objetivo sería captar a nuevos votantes; mirad la parte buena: el electorado indeciso recuerda mucho más a los que les defraudan, precisamente porque no tienen un enemigo, no tienen anclajes ni problemas en votar varias veces en contra de aquellos que les han defraudado puesto que no se casan con nadie: hagamos de aquellos que todavía piensan el alma de la democracia. Otra cosa que mejoraría bastante la nación sería que los partidos políticos y sus militantes tengan prohibido hacer publicidad: las casas de la democracia son los parlamentos y ayuntamientos, es allí donde deben darse a conocer a través de sus acciones, pactos, oposiciones,… o verdaderamente nuestro voto se ha convertido en eso: ¿una mercancía?, ¿un canje por un puñado de promesas? Por supuesto, para esto último sería necesario una televisión verdaderamente pública e igualitaria, en resumen: unos medios de comunicación públicos cuyos directores estén alejados de los políticos.
Y sin embargo la gente vive, cada uno en su lado; por cierto, ¿cuántas veces has leído tu estatuto?, en mi caso una, hace demasiado tiempo y porque cierto profesor de historia me obligó, ¿de verdad es tan importante?, ¿por qué la mayoría lo desconoce? y aun más, ¿por qué la mayoría se posiciona a favor o en contra de cambios cuyo contenido ignoran?
¿Y la educación?, ¿qué decir de ella?: vamos mejorando, pero estamos en la cola de Europa, ¿consensuarán alguna vez las reformas que nos afecten drásticamente a todos o los alumnos de último curso de bachillerato deberán pensar cada cuatro años como se llama su curso o si tendrán que hacer reválida, selectivos y cuántos?
En fin, esto de la política cada vez me da más miedo, se está convirtiendo en un partido de fútbol que dura toda la semana y luego hay otro y otro y otro. Tertulianos que son capaces de opinar de temas tan dispares como el estatuto, la guerra y la corona o bien son sabios o ignorantes. Pero lo que más me preocupa es la gente, hace un par de años fue cuando más lo noté, choques fulgurantes entre los de izquierdas y los de derechas, a la mínima cosa que dijeras no concordante con lo que se decía desde alguno de los extremos se te tachaba de una u otra cosa: el enemigo estaba en casa. Y sin embargo todo era lo mismo: nos limitábamos a decir una y otra vez lo que habíamos escuchado en la televisión, ya se ve el poder que están alcanzando los medios…
En fin, nuevo canal de televisión… que nos coja confesados…
Mejorando lo presente
Deja un comentario