Allí estaba, no era aquella que se mató ni la que quiso que le atropellara, era otra aunque era igualmente una paloma. Estaba allí, sentada en el césped como cualquier paloma pero lo que me llamó la atención fue que no se movía alocadamente de un sitio para otro, simplemente estaba sentada. Me acerqué a ver a la curiosa paloma, pero aún cuando estuve a medio palmo de ella no se movió, estoy seguro de que podría haberle dado una patada y habría permanecido inmóvil, era tan dócil, tan servicial…
Al mirarla de cerca vi que no estaba herida, parecía estar adiestrada, enseñada a permanecer quieta aún en las fauces de un león. Pero no era así, era dócil, sí, pero estaba esperando a la muerte: le había llegado el momento, lo sabía, y esperaba su turno. Como dijo alguien: estaba muerta, solo faltaba enterrarla. Viviendo la muerte, esperando apacible que llegara el momento, parecía tan sabia. Y todo sin familia a su lado, sin pompa ni funeral, siendo un animal era más consciente que cualquier de nosotros.
Pocos días después pasé por el mismo lugar, solo quedaban unas cuantas plumas esparcidas.